
Se va un año de rellenar agujeros y recuperar el asiento del copiloto. De volver a sitios en los que uno empezaba. Un año de valientes, en el que alguien imprescindible me demostró jugando al parchís que nunca se es viejo para dar la batalla. Un 2015 en el que regresé a mis 15 de agosto y todo el mundo estaba allí. Despido un junio en el que, a escondidas en un cuarto de baño, me emocioné viendo a mi lama estudiante hacerse mayor delante de un tribunal de ciegos. Un año de insomnios, de amagos de cambio, un año en una casa cada vez más casa, tanto que hasta los viernes me quedo con él. Un 2015 de modas, medias y medianas. De amigos tan realistas y tan sensatos y tan ciudadanos que a veces no les reconozco y prefiero recordarlos. Pero también de amigos imprudentes y sabios que se atrevieron a dar un salto mortal y justo cuando les decían que era tarde, le dieron la vuelta a su vida como a un calcetín y del otro lado encontraron un lunes con ganas de levantarse. Ha sido un año en el que me he vuelto a sorprender del tiempo que hace que no nos vemos, en el que de nuevo he llamado al timbre de Albert, 54 y en el que tuve un verano feliz, corto y en bicicleta, de esos de dormir con el balcón abierto y madrugar sin resaca. Un año verde, de árboles, libros y trenes, que termina con el lujo de estar todos para brindar y saber, ahora sí, que eso es un lujo. Y el 16 llega con la navaja de los 40 en el bolsillo de atrás y echo mis cuentas hipocondriacas para fingir que no me importa si habré vivido más de lo que me queda. Y dudo de si esa segunda parte que inauguraré por San Fermín será la de decidir el partido o la de cuidarse la espalda. Cuando miro este año que se va, veo un mapa de nombres por donde sé caminar y volver a casa y, un instante antes del ruido, deseo que 2016 sea cualquier cosa menos uno más.
Joer nacho . Que casi me haces llorar.. y después dices que soy yo la emotiva en nochebuena..
Me gustaMe gusta