Domingo de invierno

2016-01-24 22.19.45

Una agradable sensación de espontaneidad, como si la mañana transcurriese  de la misma manera cuando uno no está.  Con una camisa vieja y el trapo al hombro, dejará lo que estaba cocinando y se acercará a saludar, tranquilo, sonriendo, sin la afectación de esos anfitriones que nos convierten  en acontecimiento. Él aparecerá sólo un poco después, riñendo a los perros por alborotar. Se disculpará con encanto por un retraso inexistente, y el domingo echará a andar. Sin abandonar la conversación, regresará a lo suyo, quitando importancia a todo cuanto ha preparado. Dirá que llevaba tiempo esperando la ocasión, haciéndonos sentir que le hemos obsequiado con una oportunidad. Y en ese instante aparecerá una botella asombrosa,  que llevará enfriándose el tiempo exacto, pero que  celebraremos como si fuese una magnífica casualidad. Disfrutaremos de la agradable sensación de que no todo esté hecho, aunque sepamos que es sólo una sensación, y que el día se desliza sobre un guion invisible sobre el que reclinarse y dejarse llevar. La conversación nos acompañará a la mesa, a salvo del día desapacible de invierno. Distraídos, descubriremos con los dedos la textura del mantel mientras alguien inicia una historia. La copa no llegará a vaciarse.  El domingo avanzará, suave y delicioso,  acomodándonos en una mesa donde sentirnos hermosos y jóvenes, como nos hacen sentir los amigos.

Domingo de invierno

Portales

Gatekeeper
                                                                                                          Foto: Luca Sartoni

 

Hubo un tiempo que un portal era suficiente. De hecho, era un plan de sábado. Un lugar en el que quedar y hablar de lo que no podía esperar, que era todo y que eran las decisiones que realmente decidían cosas. Cada portal era diferente y tenía su razón de ser. En uno, las historias verdes de un portero. En otro, unas escaleras entre un tetris y un helado de stracciatela. El día empezaba y terminaba en un portal. Era el límite de las citas y de esas despedidas que nos hacían volver a casa tarde, donde un padre se irritaba al vernos colgar el abrigo y descolgar el teléfono, sin entender que hay conversaciones que no entran en una tarde. Portales de barrio y de pisos de centro, con sus sofás y sus ficus, con sus vecinos malhumorados y cotillas y  con ese padre que soltaba propinas en billete. Algunas de las conversaciones más importantes de mi vida las he tenido en un portal y algunos portales los he declarado patrimonio de mi humanidad.

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