Portales

Gatekeeper
                                                                                                          Foto: Luca Sartoni

 

Hubo un tiempo que un portal era suficiente. De hecho, era un plan de sábado. Un lugar en el que quedar y hablar de lo que no podía esperar, que era todo y que eran las decisiones que realmente decidían cosas. Cada portal era diferente y tenía su razón de ser. En uno, las historias verdes de un portero. En otro, unas escaleras entre un tetris y un helado de stracciatela. El día empezaba y terminaba en un portal. Era el límite de las citas y de esas despedidas que nos hacían volver a casa tarde, donde un padre se irritaba al vernos colgar el abrigo y descolgar el teléfono, sin entender que hay conversaciones que no entran en una tarde. Portales de barrio y de pisos de centro, con sus sofás y sus ficus, con sus vecinos malhumorados y cotillas y  con ese padre que soltaba propinas en billete. Algunas de las conversaciones más importantes de mi vida las he tenido en un portal y algunos portales los he declarado patrimonio de mi humanidad.

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