Retirado de todo

Estación de tren

Vestía un abrigo verde, áspero y pesado, y empujaba una maleta ruidosa. Yo bajaba de mi tren de las 8.25., despertándome por segunda vez.  Le vi  saliendo del kiosko enrollando un periódico, y  le reconocí al momento. Me entraron unas ganas innecesarias de saludarle. Tardó en identificarme y no estoy seguro de que lo hiciese. Podía verle detrás de sus gafas, recordando las cabecitas de periodistas que le lanzaban preguntas cada jueves, sin conseguir localizar la mía, pero amablemente me siguió la corriente. Me contó que iban a Madrid. Hablaba en plural y me di cuenta de que su mujer le esperaba a unos metros, resignada, con las manos en los bolsillos del abrigo. Ella prácticamente no había cambiado. La misma cara de profesora correosa de EGB.  En seguida me aclaró que iban a pasar algunos días con su hijo. “Porque ya estoy muy retirado de todo, ¿sabes?”, añadió agarrándome rápidamente el brazo, como si temiese que fuese a pedir la palabra para preguntar algo. Por un segundo, le recordé paseando por Pontevedra, unas semanas antes de ser presidente,  parando a un vecino y preguntándole cuántos años tenía su hijo mientras le deslizaba un folleto y se escabullía casi sin escuchar la respuesta, buscando ya al siguiente con la mirada. Nos despedimos y me fui al parking con ese «retirado de todo» zumbando en el oído, un «todo»  áspero y pesado como su abrigo.

Retirado de todo

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