
Recuerdo todo de aquel viaje, aunque no consigo recordar cuándo fue. Sé que teníamos carné, ganábamos algo de dinero y aún no había novias, al menos no esa clase de novias que impiden estos viajes. Recuerdo tantas cosas que podría hacerlo de memoria, pero seguro me equivocaría y B. me corregiría todo el tiempo y dejaría de ser tan emocionante. Quizá no fue el primero, pero para mí fue el primero. Luego vinieron viajes más largos, y ya todo el mundo hablaba inglés y tenía una tarjeta de crédito y una novia a la que debían llamar cada noche si no quería acostarse con un lío. Pero aquel viaje estábamos nosotros solos y ni siquiera fue al extranjero. Sólo nos pudimos permitir un par de horas en Francia. Freímos pollo en el paseo de San Juan de Luz y un gendarme nos echó y nos pareció muy divertido ser un poco bárbaros.
Lo bautizamos el Viaje del Norte, tan épico y adolescente que me sonrojo. Éramos cuatro y ellas dos en otro coche: una demasiado alta para aquel Yaris y la otra con el pelo rizado y eléctrico. Mi Visa se quedó en casa. Ni siquiera se quedó en el garaje ya que nunca tuvo garaje. Y a nosotros nos tocó la lotería porque H. nos dejó su viejo audi. No se me da bien describir coches, pero era cuadrado, inmenso y duro. Cuatro mocosos en un audi. Nada malo podía pasar. Una tarde, B. nos mandó de repente bajar la música. Había escuchado un ruido. Y a partir de ese momento, siempre estaba en guardia. De vez en cuando nos mandaba callar y todos nos concentrábamos para atrapar ese ruido escurridizo. Yo no escuché nunca nada, casi siempre iba cantando o durmiendo, pero finalmente aquel ruido resultó ser verdad y todos tuvimos que aprendernos la palabra servodirección y yo, que sólo conocía el taller de mi calle, descubrí que en los concesionarios de audi los mecánicos te reciben con bata blanca.
Fue un verano nublado y con tormentas, como son los veranos de verdad, pero no nos importaba tanto y nos bañamos en bastantes playas y en un río helado y profundo. A., que apenas nadaba, se atrevió a ir de piedra a piedra. Siempre le obligábamos a hacer tonterías así. Esa día dormimos en Rucandio. Realmente se llamaba Rucandio, creo que es el único nombre que recuerdo. Allí un niño nos enseñó los nombres de todos los montes que se veían desde el pueblo y jugamos a las cartas. Todos acabaron odiando a J., con bastante razón porque se empeñó en ganar a toda costa, aunque todos tenían diez años. Dormíamos en albergues, el plan era gastar poco, y se nos daba bastante mal ese plan. Llevábamos un hornillo en el maletero, pero tengo muchos recuerdos de restaurantes comiendo marmitakos o cosas así. B. siempre nos convencía de que aquel menú costaba lo mismo que doce cafés o cualquier otra estadística absurda e imbatible que sólo servía para convencernos de hacer lo que ya queríamos hacer.
No sé si ese viaje tuvo tantas tormentas y marmitakos, pero así es como lo recordé ayer que fue viernes y me quedé en casa y Dani me contó otra vez lo de ese siniestro club de calceta de Cuatro Caminos. Yo empecé a pensar que es un poco deprimente lo de quedarse en casa un viernes y tener un novio que te hable de calceta, aunque ahora calcetar sea tan hipster que le llamen knitting, y uno se imagine barbudos haciendo bufandas y escuchando Tindersticks, lo que hace que todo suene más deprimente todavía. Entonces me acordé de Rucandio y me puse a escribir pensando en esos viajes que te llevan a sitios increíbles, sitios a los que tardas veinte años en llegar y que a mí me ha llevado a este viernes y a este novio tan molón que me quiere hacer una colcha porque se me salen los pies con los nórdicos del Ikea.
Bueno, hubo otro viaje que casi acaba conmigo y en el que aún nadie sabía inglés, uff
Pero sí, el del Norte fue el primero e inolvidable. Aquel julio del 99 😉
De la palabra servodirección me había olvidado por completo. De los marmitakos y los chuletones no. Me acuerdo de llorar de la risa escribiendo postales donde todas las calles se llamaban kalea. Pena no haberles sacado fotocopias.
Y de las chicas de Oñate… Y del Cantábrico a las 5 de la mañana
Me gustaLe gusta a 1 persona