La playa

Port

Todos se habían ido con su bañador con sal y su baraja de arena. Todos se marcharon, pero nosotros decidimos quedarnos. El verano se oscureció aquella noche. Entramos en un bar con un periódico viejo, una barra amarilla y una araña en la pared. Quizá era domingo. Sentado en una mesa rompía servilletas, hasta transformarlas en arroz de papel. Afuera el puerto y todas las cosas que seguirían igual cuando aquello acabase. El barco temblando, las farolas verdes, las redes rotas, los coches sucios. Sonó una palabra como un tiro y despertó un silencio más grande que un bosque. Años después entendí que las cosas dolían porque estaban recolocándose, como los huesos al volver a su sitio, como los tendones cuando se tensan y los músculos se ensanchan y el cuerpo hace hueco gimiendo a una idea nueva. Esa palabra hizo girar mis días.  No era el suelo lo que se agrietaba, sólo una puerta a punto de ceder. No estaba perdido, sólo eran caminos que empezaban. Todo lo supe mucho después. Ahora sé reconocer el sonido del miedo antes de irse, como un cristal que estalla bajo el agua. Y aunque esa noche fue larga, el día regresó y el bañador y la sal y las cartas, pero no yo. Yo nunca volví a aquella playa.

La playa

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