
De hierro, de un color gastado, con iniciales rayadas con puntas de llave y restos de calcomanías, aquel banco sobre una alfombra de cáscaras de pipas era el centro del universo. Tres en el respaldo, tres sentados abajo y el resto alrededor. A un lado, la caracocha, detrás la casa de Emilia y enfrente la pista de baloncesto. Todas las conversaciones y todos los planes tenían lugar allí. Aquel era su sitio y nadie debía tocarlo. Sin embargo, en invierno se empeñaban en subirlo a la parte de arriba del pueblo y nosotros, como una cofradía con su santo, lo bajábamos. Entonces, agosto empezaba.
Al frente de la procesión del banco, él y al lado, yo. Si él bebía Martini, yo Martini. Eso era fácil, pero si cambiaba a licor de kiwi con champán, mi cara llena de espinillas se asomaba a la barra pidiendo kiwi y champán, como si fuese una coctelería de barrio y no el bar de la comisión. Si ese agosto llegaba obsesionado con Queen, We will rock you se convertía en mi canción y, si era Duncan Dhu, me dejaba convencer para hacer un playback y aceptaba sin protestar ser el batería, aunque mi diente mellado me diese más derecho que a nadie a ser Mikel Erentxun. Si ese verano se echaba novia y se olvidaba de las cosas importantes, yo conseguía otra, además prima de la suya, aunque no tuviese ni idea de para qué servía una novia. Supongo que todos hemos tenido un amigo así, alguien que crece un minuto justo antes que tú, al que sigues a todos lados porque no hay otro sitio donde puedas estar mejor.
Juntos asaltamos borrachos la despensa de Irene, importamos el mus para poder ganar en algo, hicimos sangrías, autostop, espiritismo, subimos a cantar con la orquesta, preparamos queimadas, nos dimos chapuzones de madrugada, desfilamos en procesiones con resaca y gafas de sol, parcheamos bicicletas, repartimos pan, nos aprendimos los nombres de todos los prados, de todos los perros, nos inventamos los motes de todas las familias, nos perdimos siempre en el mismo monte, hicimos tantos recuerdos en un lugar tan pequeño.
Hasta hace poco estaba preocupado por aquel banco. En el pueblo, las casas se quedan vacías y eso tiene mal arreglo, pero creía que, al menos, el banco… Pensaba que estaría en una de esas aceras donde apenas pasa nadie, cerca del cuartel o del supermercado. Pero esta Semana Santa visité a Tomás en Vitoria y empezamos a hablar del pueblo, que es una manera de hablar de todo. Entonces, me pareció verlo en la plaza de la Virgen Blanca. Tomás me contaba que no está siendo un gran año para él y su familia. Y el banco volvió a aparecer en medio de la calle Dato. Lo vi cuando me decía que la casa de Irene está cerrada y se ponía un poco triste, pero enseguida se le pasaba y nos invitaba a ese pintxo que ganó el premio. Y entonces entendí que, si Natalia me cuenta lo de Maruja, el banco lo tendrán los del Castro y estará en la plaza de la Constitución para ver las fotos del viaje a Alaska de Fran con las gemelas, y Rosa se lo habrá llevado a Madrid y lo devolverá con machas de Ponte da Boga y cosas mejores y Ana lo tendrá escondido en Pontevedra. ¡La que liaría si no! Y no sé aún en qué barrio de Ourense lo encontraré, pero con Mónica nos podremos sentar siete y no seis. Y se dejará ver también en Barcelona, Valencia, Salamanca y mi Lama me ha ayudado a traerlo a Cuatro Caminos para cuando vengan a verme. Pero una noche al año estará en un sólo sitio, que es su sitio y los que nos hemos sentado alguna vez allí sabemos bien qué noche es esa.
Espectacular, como siempre
Un besazo y gracias por recordar todos los momentos vividos😚😚Herminia y Manteka
Desde barcelona al banco de Montederramo
Me gustaLe gusta a 1 persona