El gen Mojón se pone a prueba

Gen Mojón

Suele ocurrir al decidir el restaurante  o el camino más corto para llegar a una playa. Hay un momento en el que los cuñados dan un paso atrás, se miran y nos dejan solos. Saben que la decisión que salga de esa asamblea de hermanos nunca será la más eficiente, pero han aprendido a echarse a un lado y dejar que la ola de los Mojones se estrelle contra el muro, sin salir heridos.

Cuando uno tiene cinco hijos puede darles amor, alegría, cariño o puede darles orden. Mi padre, que trataba de usted a mi abuelo, se imaginaba como el entrenador de una familia que funcionase con la precisión de la naranja mecánica, y yo -el mayor- sufrí sus ilusiones. Nada de migas en la alfombra, los pies fuera del sofá, luces del pasillo apagadas, a levantar ese notable y los domingos a misa de doce. Sin embargo, llegaron mis hermanos, primero una, después otra, y los gemelos en la retaguardia. Entonces, colgó el uniforme, retiró todos los muebles de la habitación más grande  y creó un pequeño campo de concentración donde nos encerraba a medida que llegábamos del colegio. Nunca pintó aquel búnker hasta que todos tuvimos carné de conducir. En ese cuarto descubrimos nuestro talento para hacernos grandes en el caos.

Cada febrero celebramos el cumpleaños de mi sobrina Victoria en casa de mi cuñado David a las afueras de Vigo. La niña ha cumplido seis, y seis veces nos hemos perdido. Nos esforzamos, y memorizamos referencias claras, pero al año siguiente es como si alguien hubiese movido aquel poste de la luz donde debíamos girar, y cada hermano lo recordase en una curva diferente. No es un episodio aislado. Rebeca, que lleva una década en Madrid, sigue diciendo que Moratalaz es un barrio muy cambiante, en cuanto nos ve desesperados porque a la tercera vuelta seguimos sin encontrar la entrada a su garaje. Las cosas no van mejor con Sonia. La última vez que reservó hotel para que mis padres visitasen a mi hermano Alex en Oporto, al llegar les informaron en recepción de que la calle era correcta, pero la reserva estaba en Cabo Verde.

Esta capacidad para perderse se ha ido agudizando generación tras generación, y con los gemelos hemos tocado fondo. El cerebro de mi hermana Sara, tremendamente plástico para casi todo, se vuelve de hormigón para las rutas. Una vez que aprende un itinerario está condenada a repetirlo, sea o no correcto. Yo vivo en una pequeña calle entre Cuatro Caminos y Alfonso Molina, justo en la entrada de Coruña, que es también la salida de esta ciudad en forma de isla. Cuando Sara me visitó por primera vez, el día que se marchó recorrió todo el perímetro de la ciudad para volver treinta minutos más tarde al punto de partida, pero por el carril contrario. Desde entonces sabe que al tiempo de viaje Coruña-Vigo debe sumar media hora.

Alex, el benjamín, es el caso extremo. Utiliza Google Maps para ir al supermercado, y se justifica diciendo que vive en el extranjero: Oporto. Desde hace tres años, la Nochebuena la pasamos en una casa rural y estas Navidades tocó una aldea de Celanova. Alex no aparecía, y, conociéndole, mi madre imaginaba ya todo tipo de destinos posibles. Entonces, llamó aterrorizado. Con la ubicación que le habíamos enviado, su gps le había llevado a una pista forestal sin salida. Cuando todos nos habíamos puesto de acuerdo en que Google no es lo que era, alguien reparó en la luz de unos faros  en el sendero del jardín.

Que este talento tiene origen genético es incuestionable. A mi padre los amigos con los que sale al monte le llaman el Flecha, y sólo él cree que no es ironía. Mi madre  hace tiempo que ha aceptado con normalidad esta limitación, y vive tranquila. Si mi padre detiene el coche y baja la ventanilla para preguntar una dirección, ella escucha amablemente diciendo todo el tiempo ‘sí, claro, sí…», pero todos sabemos que no le está prestando atención alguna, dando por hecho que cualquier de nosotros tomará nota.

Con esta carga genética llevamos años fantaseando con un viaje en familia, algo un poco más largo que un fin de semana, rememorar esas vacaciones de niños, con aquel Renault 18 de tres filas de asientos, una baca cargada de pañales, y mi padre desquiciado con nuestros brotes de vómitos en cadena. Sin embargo, con la edad hemos aprendido que querer no siempre es poder. Después de pequeños experimentos, salidas al extranjero en agrupaciones de tres o cuatro mojones máximo, nos hemos vuelto precavidos. Debía ser algo que no exigiese decisiones consensuadas, que nos amarrase a un punto fijo, sin posibilidad de pérdida, con recuento diario y asistencia externa de profesionales. Sonia, la de la reserva en Cabo Verde, ha sido la encargada de comprar los billetes, y todos estamos muy esperanzados de que sean para el mismo barco.

El gen Mojón se pone a prueba

2 comentarios en “El gen Mojón se pone a prueba

  1. Avatar de Sonya Sonya dijo:

    Pero si nos lo pasamos genial .Y esos defectos y fallos q tenemos y cometemos nos los tomamos siempre de la mejor manera y es motivo de risas. No hay nada mejor que reirse de uno mismo…. Y reservar en cabo verde molaaaaaa….

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  2. Avatar de David Fernández David Fernández dijo:

    Cuanta razón tienes Nacho, sobre todo en lo de dar el paso atrás, pero no te preocupes los Mojones siempre seréis bienvenidos en Beade y esperaremos por vosotros el tiempo que haga falta o iremos a buscaros esteis donde estés siempre que sea necesario jejeje

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