Carmencita, la paranormal

ugly fortune teller

A mi amiga Carmen le vuelven loca las terapias, y cuando más paranormales más le enganchan. Yo me agoto de discutir, pero no consigo nada. Con ella, me pongo muy racionalista, y con paciencia intento hacerle ver la poca base de lo que dice, y sobre todo lo caro que le sale el otro mundo. Ahora Carmencita se ha mudado y, si soy honesto, a mí me faltan esas mañanas de sábado, cocinando entre godellos y ella en la mesa de la cocina, poniéndome al día de los pronósticos, contándolo como lo cuenta todo, con esa energía que, si uno se descuida, acaba creyéndola de pura pasión que le pone. De hecho, deberían ser las pitonisas y sanadores quienes le pagasen a mi amiga, porque tiene tanto carisma que una vez que prueba algo y sale contenta, arrastra gente, como una influencer del más allá.

Su bruja de cabecera se llama Paquita, una de esas echadoras de cartas con piso en el centro y lista de espera, una leyenda en mi ciudad. Nada más abrir la puerta, Carmen le avisa siempre de que sólo le diga lo bueno, que nada de historias raras, que luego se obsesiona y va por la vida viendo peligros donde no los hay. En una sesión, a la bruja se le escapó que tendría un problema con una Violeta, y mi amiga se pasó meses buscando Violetas, que tampoco hay tantas, y no paró hasta encabronarse con una del gimnasio.

Al final todo el interés de mi amiga en el futuro se reduce a los hombres, a los que quiere hacer desaparecer y a los que le gustaría ver aparecer. Sin embargo, en cosas de amores,  Paquita es más de metáforas que de descripciones. Todos los que ve en sus cartas tienen algún rasgo vago y misterioso, como unas cejas enormes o una mirada turbia, algo que vale para un rubio y para un moreno. Aunque Carmen echa en falta algo más de concreción, le gusta ese estilo que deja margen para la sorpresa. Paquita adora también echarle las cartas a Carmen porque dice que llega siempre con los conductos abiertos de par en par, y que así da gusto, porque también el cliente tiene que poner de su parte.

Además de a lo sobrenatural, Carmencita se engancha bastante a lo natural. Hace poco visitó a una nutricionista carísima, que por ochenta euros le confesó que el elemento central de una dieta infalible era el mejillón y mi amiga se volvió tan fanática del molusco que a punto estuvo de mudarse a una batea. Algo después conoció a un chico que le hizo tontear con la macrobiótica y la convenció de que podría sobrevivir a base de zumos de trigo verde. Por suerte, en cuanto las perspectivas de ir a más con el muchacho se fueron al garete, perdió su fe en el ying y el yang de los alimentos. Al igual que las pitonisas, a mi amiga la adoraban en las tiendas bio de Coruña, que la consideraban poco menos que su patrona, sin sospechar que, cuando Carmencita notaba que su vida apestaba a espirulina, se escapaba de noche al McAuto del polígono de A Grela para ponerse a tono.

Hace poco me mandó una foto de un amuleto que se ha comprado por correo, una piedra verde como la que venden en las ferias medievales. Una bruja nueva se la ha aconsejado para protegerse contra los reptilianos, unas presencias malignas y extraterrestres en las que mi amiga no cree, aunque está enganchada a todos los videos de youtube en los que aparecen rodeando a famosos como Beyoncé. Yo finjo que me irrito mucho por darle dinero a esos chiflados, pero en el fondo me da envidia y es que, si todo esto le pasa a ella, es porque Carmencita es fe pura, y nada de fe en dioses o moralinas, que eso ya lo dejó atrás hace mucho tiempo, fe en la gente que la saca del aburrimiento y que le hace creer que también lo increíble puede ser verdad.

Carmencita, la paranormal

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