Mi primera suegra

2016-08-02 18.24.53

Pongamos como nos pongamos, la palabra suegra no es bonita. En Francia, le llaman belle-mère,  madre bella. Suena a piropo, aunque conociendo a nuestros vecinos apostaría que es ironía. De hecho, en Bélgica, belle-mère se usa también para denominar un cepillo para fregar platos. Los ingleses han optado por mother-in law, una especie de madre por ley o madre política, una denominación técnica, descriptiva, propia de culturas con familias desapegadas. En castellano, sin embargo, hemos preferido suegra, del latín socra, que a todos nos suena un poco a ogra.

Yo estoy más cerca de la edad de mi suegra que de la de mi novio, lo cual no deja de ser un dato. Ella vive en Miranda de Ebro. Un par de veces al año viene y un par de veces vamos. Se llama Feli y mi Lama tiene su nombre tatuado en el tobillo derecho, con lo cual la tenemos muy presente. Cuando Feli y mi Lama se juntan, uno debe abrirse a la banda. Mi Lama no es mi primer novio, pero Feli es mi primera suegra. No es que hasta ahora saliese con huérfanos, simplemente ellas no estaban presentes. Pese a ser mi única experiencia como yerno, sé que Feli no es una suegra al uso. Que nadie la imagine cocinando especialidades de Miranda porque ella y mi Lama se las saben todas para no encender el horno. Dominan los precocinados, la respostería industrial, pueden recitar de memoria varios teléfonos de pizzerías y están a la última de las novedades en el carrillo -como llaman los mirandeses a las tiendas de golosinas-. Cuando nos visita, los armarios de la cocina y la mesa del salón se llenan de palmeritas de hojaldre, sobados bañados en chocolate, belvitas  y todo un surtido de gominolas, de las que se saben su nombre y apellido. A ellos, la dieta se la trae el pairo porque, coman lo que coman, su organismo carece de la capacidad de generar grasa, y encuentran divertidísimo el estrés que nos provocan a los que vivimos peleando con el autocontrol.

Mi suegra viene de una familia fuerte como las rocas de Pancorbo, con su padre, Sebastián, a la cabeza, que cruzará los noventa en bicicleta, doblando el espinazo en el huerto y al que aún le brillan los ojos delante de una buena chuletada; con su hermano Fernando, montañero que ha visto el mundo desde los ocho mil y sigue buscando cumbres nuevas, y su hermana Mari, que lleva dentro un motor de muchos caballos y no para, y, además, nos llena el maletero de tarros de tomates que saben a tomates. Feli no es de regalar sonrisas, aunque últimamente se le escapaban cada vez más. Con veinte años de cajera en el supermercado sabe ser amable hasta el lunes a primera, pero también tiene siempre listo y afilado el gesto de pararle los pies a los clientes impertinentes. A ella, le gustan las cosas a su tiempo. No remolonea para llegar antes al súper si hace falta, pero le gusta salir a su hora y tomarse un marianito ante de volver a casa para sacar a Nico.

Hace un año, Feli alquiló un octavo con un balcón desde el que se ve la Picota y la silueta de los montes que rodean el valle del Ebro. Vista nueva para una vida nueva. Se mudó después de tomar una de esas decisiones que necesitan cabeza y que no tiemble el pulso, especialmente cuando no hay razones fáciles de explicar, simplemente el deseo de cambiar, sin tener miedo a que quizá sea tarde, sin renunciar a las ganas de vivir de otra manera porque ella se ha vuelto también de otra manera, aceptando que se puede perseguir la felicidad de uno sin sentirse rehén de la felicidad de otros, por estupendos que sean y por mucho que les quiera.

A Feli cada vez le cuesta menos venirse a Galicia, aunque ahora tenga que hacerse nueve horas de tren. Le encanta desayunar en los cafés de Cuatro Caminos, pasear por Riazor e irse a buscar a mi Lama para decidir si van al japonés, de tapas o a ver que se inventan para no cocinar, y se pueden echar pronto la siesta en el sofá con Divinity de fondo.  En Coruña no acaba de entender al Atlántico y se sigue fiando de los cielos azules,  pensando que basta con que el sol brille para que caliente. Este verano se ha enamorado del calor irrespirable de Ourense en julio, pero también ha regresado con los bolsillos llenos de piropos. Todo el mundo la ha encontrado más guapa y llena de energía. Ella dice que es el pilates, y yo creo que el pilates ayuda, pero no lo explica todo. Durante estos cinco años nos hemos ido conociendo, charlando en el sofá y tomando esa infusión de cola de caballo que trae y se olvida a propósito cuando se marcha porque sabe que me gusta. Sé que este tiempo no ha sido sencillo para ella y me alegro de que las cosas vayan encontrando su sitio y que, poco a poco, le esté llegando el tiempo de las buenas noticias.

 

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