¿Y tú, ya tienes novia?

Funny businessman with lemon fruit on hand

Chus y yo no hablábamos desde hace años y su llamada me sorprendió. La noté nerviosa. Tras resumirnos que había sido de nuestras vidas, noté que mi amiga comenzaba a dar vueltas en círculos, incapaz de desvelar la razón de su llamada. Entonces, me contó que ella y Marcos habían sido padres, algo que ya sabía. Entre risas nerviosas, confesó que le gustaría invitarme a cenar para presentarme a Martín, su hijo. El niño no debía tener más de cuatro años, así que esperé en silencio a que siguiese hablando. Al parecer, sospechaban que ‘iba a ser gay’; me llamó la atención el tiempo verbal, como una perífrasis de futuro.  Temiendo ofenderme, me aclaró que no les preocupaba, pero que querían estar preparados y, como yo lo era, les había parecido buena idea conocer mi opinión. La propuesta me dejó desconcertado, haciéndome sentir una especie de perito contratado para presentar un informe técnico.

En la lista de preguntas que quienes somos gay hemos escuchado alguna vez, y que, sin duda, encabeza la de ‘quién hace de chico y quién hace de chica en la pareja’, le sigue: ‘¿Vosotros os podéis reconocer?’. La gama de respuestas va desde las groserías más cerriles hasta teorías disparatadas que tienen que ver con el lóbulo de las orejas, el tamaño del dedo corazón o la posición que se ocupa entre los hermanos en una familia numerosa. En base a un cierto trabajo de campo, un buen amigo sostiene que hay un gran número de homosexuales que adoran chupar el limón de los refrescos y que, si bien eso no prueba nada de manera definitiva, es una pista de calidad.

En mi vida me he sorprendido en ocasiones al enterarme de que alguien era gay. Sin embargo, la mayoría de las veces, no ha sido una noticia. Creo que todos compartimos que hay casos más y menos claros. Evidentemente, están las personas con pluma. Con ellos, enseguida lo damos por hecho y seguramente acertaremos. También he conocido a chicos tremendamente afeminados que me presentaron a su novia. No puede evitar recibir el dato como una interferencia y pensar si, dentro de diez años, ella seguirá ahí.

En la manera de algunos heteros de preguntarme si puedo reconocer a otro gay, no pocas veces he percibido la convicción de que contamos con algún marcador biológico o que, como los murciélagos, emitimos unos ultrasonidos que nos permiten identificarnos. En realidad, simplemente tenemos, diciéndolo de una manera poco científica, la mirada acostumbrada. Imagínense que caminan por una acera de Berlín y se acerca una pareja. No pueden escucharlos porque están demasiado alejados, pero algo les dice que son españoles. No llevan una bandera, ni una camiseta de la selección. Al cruzarse, comprueba que hablan castellano. ¿Existe algún radar hispano? Claro que no, supongo que se trata de microdatos que sumados crean una intuición: la manera de gesticular, de vestir, quizá el tipo de peinado, un cierto color de pelo. Supongo que se parece a eso. Por supuesto, es sólo una regla general flotando en un océano de excepciones.

La curiosidad me pudo y acepté la invitación de Chus. En realidad, dudaba de que alguien con cuatro años pueda ser gay o hetero, tan alejado de la adolescencia, de la idea misma de sentirse atraído por otra persona. ¿Es posible ser gay antes de que te empiecen a gustar los chicos? Supongo que todo conduce a la discusión que divide a los científicos entre quienes defienden el origen genético o cultural de la homosexualidad. La edad en la que uno descubre o quizá sea más preciso decir cuando ‘es consciente’ de que le gustan los chicos suele ser tema de conversación habitual. En la vida he conocido de todo. El presidente de una de las asociaciones de gays y lesbianas de Bruselas formó con su mujer una familia de cuatro hijos antes de salir del armario. Otros amigos me cuentan que, desde la guardería misma, no han tenido dudas.

Al llegar a casa de Chus, el propio Martín me abrió la puerta. Me saludó muy ceremoniosamente, invitándome a pasar y luego se marchó corriendo, llamando a gritos a su madre. Treinta segundos bastaron para que lo tuviese claro. Sospecho que mi amiga, que como imaginan no se llama Chus, como tampoco Martín se llama Martín, albergaba la esperanza de que les convenciese de lo infundado de sus teorías. Sé que ni ella ni Marcos tienen nada en contra de los gays, pero aquella noche adiviné ese instinto protector de las madres que les lleva a querer alejar a sus hijos de todo lo que creen puede hacerles su vida más difícil. Hace años de esa cena, en este tiempo, he vuelto a ver a Martín algunas veces y su vida parece lejos de ser difícil, al menos, no más de la de cualquier otro niño.

¿Será gay? es una pregunta con un aroma amargo, emparentada con la sospecha, el morbo, el secreto y, por supuesto, con la vergüenza; propia de un tiempo todavía sin cerrar en el que se debía ocultar por miedo. En ocasiones me irrita que se dé por sentado que alguien es heterosexual hasta que se demuestre lo contrario. Me temo que sea algo más que pura estadística y deseo que llegue un día en el que dejemos de preguntarle a los niños de manera automática: ¿Y tú, ya tienes novia?

 

¿Y tú, ya tienes novia?

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