
De pronto, nos enganchamos a sus citas. Todos ansiábamos que llegase el viernes para cenar juntos y conocer las nuevas incorporaciones a su colección de candidatos fallidos. Al principio, Nerea sentía un cierto reparo, sin embargo, poco a poco fue aprendiendo a disfrutar de su momento. Con paciencia, dejaba que agotásemos nuestras aburridas anécdotas de oficina, aguardaba a que la conversación decayese y, cuando todas las miradas se concentraban en ella, empezaba su historia. Aquellas cenas terminaban siempre con Nerea interpretando una teatral declaración de fatiga, confesándonos lo que echaba de menos un sofá con novio. Entre risas, le recordábamos que había sido una sobredosis de hogar lo que había acabado con su relación con Elías, lanzándola a un sinvivir de fines de semana de kayaks y tirolinas.
Aunque nunca le habían atraído chicos más jóvenes, Simón despertó su curiosidad. El desorden vital, la completa disponibilidad y la sinceridad impúdica de aquel estudiante de Medicina la hicieron echar de menos otro tiempo y accedió a conocerlo. Quedaron cuatro veces en la cervecería Faro, él llegaba del entrenamiento de hockey, con sus piernas arqueadas y su bolsa de deportes. Compartían una ración de nachos enterrados en queso fundido mientras ella escuchaba las aventuras del hospital y luego se iban corriendo a su casa. Vivía en un diminuto estudio de alquiler, en uno de los destartalados edificios cerca del puerto. A Nerea le divertía pelearse con sus pantalones de pitillo mientras le desvestía y, en secreto, le producía un placer cruel su mirada de pena cuando se negaba a quedarse a dormir.
Pronto se dio cuenta de que simplemente se trataba de una mezcla de nostalgia y esa dulce sensación de control que le proporcionaba la diferencia de edad, pero que nada de aquello les conduciría a algún lugar al que quisieran dirigirse. Con delicadeza, intentó pararlo, sin herir su dignidad. Sin embargo, en esa ocasión, no fue fácil. Al dejar de escribirle, Simón se presentó en su trabajo. Con los ojos enrojecidos y el gesto crispado, entró en su despacho exigiendo una explicación, mientras los compañeros de Nerea ocultaban sus cabezas tras las monitores, fingiendo no entender qué estaba pasando. Por suerte, aquella escena se quedó en una situación embarazosa, pero por primera vez tuvo la impresión de que aquel tipo de encuentros eran algo más que un juego y que debía tener cuidado.
Superado el susto, llegó la monotonía, la impresión de poder anticipar qué iba a ocurrir, una sensación de hartazgo que consumía la excitación de los primeros encuentros. En ocasiones se sorprendía siendo capaz de adivinar la siguiente frase de su cita, casi literalmente, como si sonase su canción favorita en un karaoke. Dejaba chats a medias, olvidando responder durante semanas, y la pereza le asaltaba a la hora de aceptar ver a alguien. En su interior sentía que había estado bien, pero que aquello no funcionaba. No sabía la razón, quizá la ausencia de naturalidad, ese punto de partida artificial en el que dos extraños saben que están allí para decidir si se gustarán o para volver solos a sus casas. Todo se producía a un ritmo acelerado, que alteraba las condiciones de la vida real. Entonces, decidió que no tenía sentido seguir.
Quizá fue ese ‘hola’ en minúsculas, indiferente y anodino, como si se hubiese caído de un teclado, o su foto descuidada, azarosa, tomada con prisa, Nerea no estaba segura de por qué aquel mensaje insustancial, al que no había prestado atención durante días, le retenía, impidiéndole cerrar su perfil. Amplió la imagen para estudiar esa gesto indiferente, esa cara concentrada en alguna cosa imposible de adivinar, pero que no miraba a la cámara, que no la miraba a ella, como si la fotografía la hubiese capturado alguien escondido, en contra de su voluntad. Sin embargo, ella conocía las poses, los trucos y estaba segura de que, si observaba con atención, descubriría una pista que le permitiría clasificarlo en alguna de las categorías que conocía y condenarlo al mismo final que el resto. Se llamaba Yago y, sin ninguna razón lógica, sintió dudas.

