
La Navidad lo ablanda todo y, en estas noches de alcohol y melancolía, podemos caer en la tentación de abrir cajas de pandora, pensar que ha pasado tiempo suficiente y lanzarnos a felicitar las fiestas a nuestros ex. Los más osados quizá se atrevan con una llamada de teléfono, los precavidos se conformarán con un whatsapp. Si se baja la guardia, ese saludo tímido, inocente irá creciendo frase a frase, hasta convertirse en una conversación del tipo ‘cómo-te-van-las-cosas’, un chat por el que conviene caminar con cuidado, como quien baja una escalera recién fregada, atentos para no resbalar y asegurándose de no dejar huella.
Los ex son criaturas fascinantes, imposibles de encajar en alguna de las categorías en las que clasificamos nuestras relaciones sociales, esos cajones en los que metemos a las personas que nos rodean y les asignamos una etiqueta (amigos, extraños, familia, conocidos…) para saber en todo momento a qué atenernos, qué esperar de ellos y poder decidir las cosas corrientes de la vida, saber si es aceptable invitarlas a nuestro cumpleaños, proponerles pasar un fin de semana en el campo o contarles que pronto seremos padres. Con los ex, nada de esto funciona. Todo son dudas.
Por dramático que fuese el final, por bien que se nos dé fingir o por mucho pelo que hayan perdido, con los ex hemos tenido intimidad y jamás serán extraños. Y no nos engañemos, de igual modo que nunca nos dejarán indiferentes, tampoco se transformarán en amigos. La nueva relación que surja germinará sobre restos de afectos, rencores y pasiones, una mezcla sobre la que podrá crecer algo hermoso, pero alejado del plácido sabor de la amistad.
Los ex son supervivientes. Por las buenas o las malas, toda relación termina enviando al otro al destierro, que hoy está a unos metros de facebook. Ese instinto de aniquilación de sus recuerdos es probablemente la decisión más humana posible; la única salida para bajar la fiebre de los finales y dejar que todo vuelva a su sitio. Sin embargo, el ex regresará y, cuando reaparezca, el fantasma de la recaída hará temblar el suelo. Con suerte comprobaremos pronto que se trata de miedos imaginarios. Si hemos dejado al tiempo hacer bien su trabajo, los temores se apagarán al primer soplo de realidad. Atrevámonos, sentémonos cara a cara y dejémosles hablar. Veremos que ellos y nosotros seguimos siendo los mismos, pero todo lo demás ha cambiado y eso basta para que nada sea igual.
Uno debería hacer lo posible para situar a sus ex lo bastante cerca como para tenerlos a mano y lo bastante lejos como para mantenerlos a raya. Sin embargo, salvo casos irremediables, no deberíamos renunciar a ellos. Nos conocen, una parte de su historia forma parte de la nuestra y, con la mirada purgada de deseos y despechos, reconoceremos algo de lo que un día nos deslumbró y quizá todavía pueda hacer nuestra vida más agradable.
Emocionalmente desactivados, los ex están en condiciones de regresar, ¿pero dónde colocarlos? El secreto reside en administrar la distancia, sin perder de vista que trabajamos con material inflamable. Si esto se consigue, el resultado será extraordinario. Conocen nuestras estrategias, les hemos desvelado nuestros mejores trucos y, con ellos, de nada sirven poses o melodramas. En el ex encontraremos la complicidad de quien una vez nos desmontó pieza a pieza y por eso entiende tan bien cómo funcionamos. Así que, aunque las Navidades estén a punto de agotarse, quizá haya llegado el momento de considerar el indulto y aprovechar las últimas gotas de nostalgia para taparnos los ojos y enviar ese mensaje.