
Capítulo 1
Comprobó de nuevo la pantalla y decidió que no se quedaría como un idiota esperando toda la tarde a que ese español diese señales de vida. Se olvidaría del móvil y se iría con Gus a los jardines de Blenheim. Un mensaje bastaba; insistir sería un error y no tenía dudas de que, si se quedaba en casa, le acabaría escribiendo. ‘Mejor salir corriendo’, se dijo, sintiéndose como un adicto ante la tentación. Buscando la correa, recordó que la última vez Gus se zambulló en el lago y dejó el Opel perdido. Pensó que quizá sería mejor quedarse en el Christ Church College. La mayoría de los estudiantes habrían ido a Londres a pasar el domingo y los campos estarían vacíos, sin embargo, estaba seguro de que el lago y el silencio de Blenheim Palace le calmarían.
Cormac odiaba conducir, aunque los fines de semana, sin enjambres de bicicletas que esquivar, Oxford se volvía tolerable. Desde el coche vio el Museo de Historia Natural y comprobó que el temporal no había abierto las contras de su despacho. Con un ligero toque de claxon saludó a Paul, protegido del viento en la cabina de seguridad. Le imaginó dormitando, escuchando los partidos en el móvil y sintió una cierta envidia. Sin fútbol, ni misa, ni niños que pasear, ¿qué le quedaba para sobrevivir a un domingo?, ¿resacas y porno?, se preguntó.
Agarrando el volante, le vino a la cabeza la imagen de su padre maldiciendo. Se alteraba tanto cuando jugaba el United que no era capaz de quedarse frente a la tele. Conducía con la radio apagada y cada cuarto de hora se detenía en el arcén para comprobar el resultado. Después la silenciaba y arrancaba de nuevo. Las curvas suaves de la vieja carretera a Stonehedge mantenían su ansiedad bajo control.
Al llegar a Woodstock aparcó al lado de la tienda de antigüedades y se calzó las botas de goma. Blenheim cerraría a las seis y media, algo más de dos horas para cansar a Gus. Saliendo del pueblo, pensó que el domingo pasado Guillermo se había conectado a las cinco. Quizá debería haber sido más paciente. Probablemente hubiese tenido una de esas comidas a la española, con sobremesas que se prolongan hasta el anochecer, como cuando César invitaba a todos los del departamento a su cumpleaños y sacaba su extravagante colección de licores. De pronto, aquellos cálculos sobre la vida de un desconocido le parecieron ridículos. Debería dejar de obsesionarse y menos con alguien que vive en otro país, de quien apenas sabe un nombre y que, perfectamente, podría ser falso. Todo el mundo miente en Grindr, no importa la edad. De hecho, las mentiras aumentan con los años.
A la altura de la rosaleda se sentó sobre uno de los bancos de piedra, frente a un túnel de tallos espinosos, con restos de hojas secas sobre un suelo de grava. Gus se perdía y volvía a aparecer entre setos de boj. Las lluvias de los últimos días hacían que la cascada del lago bajase cargada de agua y el ruido llegaba al otro lado de los cedros. A lo lejos se veía la silueta imponente del palacio y los últimos autobuses de turistas aparcados delante. Pensó en acercarse y tomar una porción de tarta de zanahoria. En tres meses cumpliría 54, buena edad para evitar el dulce y también para aprender a desconfiar de las intuiciones, se dijo. Aquella tarde parecía que todo desembocaba en la misma dirección. ¿Qué había ocurrido esta vez? Nada en Guillermo le parecía excepcional, un profesor de instituto en una ciudad de provincias, ninguna frase brillante, incluso su foto era la imagen de una persona corriente. Quizá fuese eso: la ausencia de estridencias.
Cormac había defendido siempre la necesidad de actuar. Odiaba la actitud fatalista de sus amigos, lamentando su mala suerte, comportándose como si nada estuviese en su mano, esperando a que alguien les rescatase de una vida llena de tazas de té y series de televisión. Últimamente le cansaban esas cenas de los viernes en las que, semana tras semana, se repetían las mismas historias de ex novios, sin que nadie pareciese darse cuenta de lo lejos que quedaban. Podría preguntar a cualquiera por el elemento clave para ser feliz y todos contestarían que enamorarse. Si estaban tan convencidos, ¿qué hacían para conseguirlo?, ¿trabajar de lunes a viernes y descubrir un restaurante nuevo para el sábado a la noche?, ¿dormir la siesta viendo Netflix?, ¿añadir a cada año cumplido una hora más de crossfit? De pronto sintió un calambre de angustia en la boca del estómago, quizá el temor a haber aceptado la comodidad de lo que simplemente no está mal, una vida dulce que adormece, invisible y embriagadora como un escape de gas. Se levantó para espantar la aprensión caminando. Respiró hondo y recordó la universidad, la sonrisa ácida de su amigo Eddy Dance: ‘Estar soltero es abrir el armario, planchar una camisa y salir ahí afuera’.