La alternativa cruel al amigo invisible

caballo regalado

Si también odias el amigo invisible, esta Nochebuena te propongo acabar con la tradición más sosa de estas fechas y pasarte al Pongo, el cruel juego de intercambio de regalos que gracias a una mezcla de competición y mala baba pondrá a prueba el espíritu navideño de tu familia.

Todo empieza fijando un límite de gasto. Después, debemos comprar algo que, a diferencia del amigo invisible, no sabremos para quién será. Por tanto, si alguien cree que unos calcetines son buena idea, que sean de talla única ya que deberán entrar en el pie del nieto y del abuelo. Esto nos obliga a estrujarnos las meninges y olvidarnos de agarrar la primera cosa cuqui del Tiger. La esencia del Pongo es el engaño. Seamos, por tanto, astutos, camuflemos nuestro regalo. Sólo un aficionado al amigo invisible envuelve una raqueta como una raqueta. En el Pongo, el paquete es la estrategia, así que volvámonos papirofléxicamente locos.

Llega la Nochebuena y empieza la partida. Primero se apilan todos los regalos, después se desmiga una servilleta de papel y se escribe en cada una de las bolitas tantos números como personas participan, se mezclan y reparten. El número que nos toque indicará el turno en el que cogeremos el regalo. A simple vista, el primero parecería el más afortunado ya que tiene todo el montón a su alcance y puede hacerse con el paquete más apetecible. Sin embargo, este juego busca la zancadilla.

Quien haya sacado el número dos elegirá otro de los que quedan en el montón y podrá decidir entre quedarse con él o darse el placer de cambiárselo al primero. El tres podrá hacer otro tanto con el segundo y así sucesivamente. El último en participar, al que sólo le queda un triste regalo, se convierte en el rey del Pongo ya que se le concede el derecho a intercambiarlo por cualquiera de los que han elegido antes sus rivales. De esta manera, por contentos que estamos con nuestra elección, nadie estará seguro de retener su pongo hasta que el Rey haya hablado.

El Pongo se vuelve interesante cuando uno intuye de que pie cojea el resto. En mi familia, por ejemplo, todos buscamos el regalo de mi madre, que suele sobrepasar de largo el límite de gasto. Además, escapamos como de la peste del de mi hermana Sara, convencida de que la última ganga de un bazar electrónico es una idea rompedora. Mi padre, en fin, sigue siendo de los que envuelven un libro como un libro y mi hermana Rebeca, aunque no es tan predecible, traerá siempre algo que ni engorda ni lleva azúcar. Sonia, con su sentido de empresa, apostará por alguna tarjeta descuento para el Decathlon y Álex, cualquier cosa que vendan en las áreas de servicio de la AP-9. Por supuesto, los novatos añaden emoción y el debut de mi Lama levanta expectativas, aunque veo venir unas velas con olor a vainilla.

Este año celebraremos la quinta edición del Pongo Mojón. Por ahora, me he llevado un juego de ping-pong, un libro de recetas de Master Chef, un altavoz por Bluetooth y un mapamundi en el que puedes rascar con una moneda todos los países que has visitado. Como ven, no vendo motos. La calidad de los regalos sigue siendo igual. Sin embargo, adiós a las sonrisas de palo y a las frases cínicas para alabar la puntería de nuestro amigo invisible. Se acabó el disimular. Con el Pongo, los regalos son la guerra.

La alternativa cruel al amigo invisible

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