El miedo a confiar

Hector

Como los mejores libros, El olvido que seremos tampoco cuenta la historia que promete. Héctor Abad Faciolince atrapa nuestra atención con el asesinato de su padre a mano de paramilitares en una Colombia desangrada por la violencia. Sin embargo, página a página emerge otro argumento, un relato imprescindible sobre lo que significa educar a un hijo confiando en sus decisiones.

En un momento de la novela, el hijo escribe a casa atormentado. Tras una aventura en Europa se siente perdido. Su vida no encuentra una dirección y se disculpa por defraudar las esperanzas puestas en él. Al poco tiempo recibe una carta con una de las declaraciones de amor más hermosas que haya leído. En ella, su padre le recuerda que ni él ni su madre esperan nada de él, simplemente que exista.

Esa carta, que quizá haya hecho sonreír a los cínicos, resume la idea central de la novela, el principio sobre el que el padre decide levantar la educación de su hijo: la seguridad; seguridad no en el sentido de protección, sino en el de convencerle de que, ocurra lo que ocurra, el amor que sienten hacia él seguirá ahí.

Leyendo El olvido que seremos, imaginaba cuántos temores desparecerían si, como el protagonista, los hijos creciesen convencidos de que nunca decepcionarán a sus padres. ¿Acaso no nos sorprendemos todavía al darnos cuenta de que buena parte de lo que hacemos de adultos busca obtener su reconocimiento?

La novela nos mete en la piel de un padre en momentos de duda, cuando siente miedo por lo que podría ocurrirle a su hijo si toma un camino equivocado. A través de las decisiones del protagonista, el autor nos recuerda que la confianza no nace de una reacción instintiva, sino de un acto de voluntad. Confiamos porque hemos decidido confiar.

No soy padre y, sin embargo, El olvido que seremos -título basado en un verso de Borges-, me ha hecho pensar en lo fácil que resulta convertirse en uno de esos padres que creen saber cuándo sus hijos se equivocan y sienten que deben evitarlo a toda costa, padres que deciden siempre porque ellos han vivido más y han tenido tiempo de ver lo qué ocurre, porque ellos son los responsables y les aterroriza sentirse culpables, padres que, deseando lo mejor, definen las metas que sus hijos deben alcanzar, descargando sobre ellos el miedo a no lograrlas.

El miedo a confiar

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