Jubilado en Melrose Place

Melrose Place

Pasados los treinta volví a compartir casa una temporada. Por suerte, aquello estaba lejos de ser un piso de estudiantes. Mi planta contaba con dormitorio, salón, baño, en fin, lo que necesitaba. Además, disponíamos de una zona común donde juntarnos para guisar un pollo o ver Los Soprano. Poder elegir entre mi espacio o encontrar a alguien con quien abrir una botella era sencillamente perfecto. De hecho, entre aquellos desconocidos apareció alguna de las personas con las que más disfruto pasando tiempo.

Esos días quedaron atrás y mi Lama y yo vamos camino de nueve años viviendo juntos. La vida en pareja me hace feliz. De hecho, oírle llegar a casa mientras preparo la cena es uno de los mejores momentos del día. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que una casa para dos es un mundo demasiado pequeño y me pregunto si los seres humanos habremos dado con la fórmula adecuada.

De niño imaginaba que, cuando creciese, viviría en algún sitio parecido a Melrose Place. Me encantaba aquella estúpida serie de rubios californianos y creo que, además de por los rubios y su fantástica piscina, me fascinaba que todos compartiesen el mismo bloque de apartamentos. Bastaba con salir al descansillo para montar una buena partida de cartas.

Tal vez todo tenga que ver con la idea de tribu, ese concepto recuperado por los sociólogos para hablar de la necesidad de expandir los límites de la pareja; una tribu que enlaza con lo que la ciencia nos demuestra cada día: que es en las relaciones sociales y no en las clases de pilates donde nos espera la verdadera felicidad.

Algunas noches mi Lama se queda frito en el sofá. Sé cuánto madruga y todavía le quiero más viéndole babear frente a la tele, pero entonces echo de menos a compañeros de piso como Toni, capaz de tragarse tres de Woody Allen y conservar energía suficiente para defender que Manhattan es muy superior a Annie Hall.

Mis amigos y yo, pasados los cuarenta, hemos empezado a fantasear con formar parte de ese exclusivo club de prejubilados de cincuenta y pico. Mientras otros sueñan con semanas sin lunes y caros trekkings por Asia, nosotros imaginamos que un plan perfecto sería dedicarnos en cuerpo y alma a los juegos de mesa. Visualizarme con sonda y pijama, discutiendo con mis decrépitos amigos en torno a una partida de Catán hace que la tercera edad me parezca un lugar mucho más habitable.

[Publicado en Faro de Vigo el 2 febrero de 2020]

Jubilado en Melrose Place