Un revisor valiente

viajeros tren (2)

Como todos, también él tendrá un jefe, quizá uno de esos jovencitos alocados que sueltan broncas por whatsapp y firman sus correos con una inicial. ¿Quién no trabaja ya para alguien así? Como a cualquiera de nosotros, le preocupará que le lleven a un despacho y le hablen de compromiso, que le metan en el saco de “los trabajadores de antes”, que ya se sabe dónde terminan. Pues a pesar de todo, en mi tren de la tarde viaja un hombre que se salta las reglas para dejarnos dormir.

A quienes cogemos desde hace años el media distancia de las seis, los revisores nos conocen hasta por el nombre y, aunque saben que compramos el abono mensual, que permite viajar libremente en esa línea, cada día nos despiertan para pedirnos el billete. El reglamento obliga. Los hay que tocan maternalmente el hombro, otros tosen desde el pasillo con insistencia e incluso he visto quienes se acerca al oído, apestando a café de máquina. Sin embargo, entre tanta disciplina se ha colado un valiente, alguien que se atreve a pensar que las normas sólo son normas. Cuando veo a ese revisor pasar de largo, me entran ganas de aplaudir y no por salvar mi siesta, sino por comprobar que todavía hay quien conserva la capacidad de decidir.

En el tren de la tarde se respira cansancio. Tras ocho horas de oficina, alivia saber que, en los próximos veinticinco minutos, no sonará el móvil. Por supuesto, los primeros años también a mí se me llenaba la boca hablando de aprovechar el viaje y abría enérgico el portátil, mostrándome enfadado por no tener conexión. Ahora, cuando escucho los lamentos de esos amantes de la productividad, finjo compartir sus quejas, mientras bendigo en secreto a Renfe y sus atrasos.

Desde luego, la alta velocidad nos ha cambiado la vida, pero con los años uno aprende a sospechar de lo urgente, de las prisas que benefician siempre a los mismos, a los que nos quieren cerca y disponibles. A fin de cuentas, ¿qué nos espera al bajar del tren? ¿La lista de la compra?, ¿un monitor de spinning? Tal vez nuestro revisor valiente nos esté salvando y esa media hora de paz entre el trabajo y la familia sea lo único que nos quede para conseguir llegar al viernes.

Publicado en el suplemento Estela de Faro de Vigo

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