La heladería olía a limón,
un policía gordo hacía girar su taburete.
Música de Tetris, baldosas fregadas.
Llegaste jugando con tus llaves y soltaste lo que tenías que decir.
Los autobuses siguieron circulando, con apenas uno o dos pasajeros.
También aquella tarde hubo alguien que pidió cita a su dentista.
Era agosto y ningún niño entraba en el aula buscando a su mejor amigo.
El silencio luminoso del verano lo acallaba todo
y, sin embargo, pude escuchar aquel crujido.
[A Coruña, 2 de febrero de 2020]