El Guitarras

Guitarras3

Cada vez que voy al súper estos días, me pregunto dónde se habrán refugiado los locos de mi barrio -ya saben que abundan en las ciudades con viento-, y de entre todos ellos pienso en el Guitarras, mi favorito.

Tendrá mi edad y una melena a lo Santiago Segura, de esas que caen desde el cogote como una cortina vieja. Camina mirando al suelo, rebotando sobre unas J’hayber ochenteras y, de lejos, parece siempre escuchar alguna melodía irresistible. Sin embargo, cuando nos acercamos descubrimos que no lleva auriculares, ni móvil, que en realidad no existe más música que la que suena en su cabeza.

Pasea a zancadas y se detiene solo cuando encuentra un semáforo en rojo, entonces se para con cara de circunstancias, como si temiese llegar tarde a una cita. En ese momento, sus dedos empiezan a puntear, a marcar arpegios. Esa música imaginaria se va apoderando de su cuerpo, ligeros balanceos, contoneos adelante y atrás, movimientos cada vez más agitados que estallan en saltos eléctricos, rasgando en el aire su guitarra invisible.

Naturalmente, quienes esperan a su lado se llevan un susto de muerte, echándose atrás al momento. Entonces, cuando la gente se alborota preguntándose qué demonios pasa con ese tipo, el semáforo se pone en verde y él reanuda su marcha, elegante y tranquilo, como una estrella de rock camino del camerino.

Seguro que cada enfermedad mental encierra sus viajes y no quisiera frivolizar sobre ello, pero confieso que a veces envidio la música que suena en su cabeza. De pronto me veo transportado al momento estrella de mi concierto favorito, cuando identifico las primeras notas de la canción que lo decide todo, esos cuatro minutos que, aunque en ese instante aún no lo sé, echaré de menos el resto de mi vida. En la escena me veo empapado en sudor, afónico, abrazado a amigos de los que nunca me he sentido tan amigo y pensando que, si apareciese un genio y me ofreciese cualquier lugar del mundo, elegiría seguir allí mismo.

Desde el balcón de casa, mientras echo de menos el tráfico de Alfonso Molina, pienso en el Guitarras, en que probablemente él sí eligió quedarse a vivir en su concierto. Entonces, deseo que vuelva pronto a espantar peatones en Cuatro Caminos, y que, mientras eso no sucede, haya encontrado una buena ventana desde la que animar al público con su rock infinito.

Publicado en suplemento Estela de Faro de Vigo

El Guitarras

Deja un comentario