
Ahora que se dicen tantas cosas de Madrid, a veces de forma un poco miserable, pienso en cuánto me apetece volver a esa ciudad a la que muchos, en realidad casi todos, nos sentimos conectados. El otro día intenté recordar la primera vez que la visité. Resultan escurridizos los principios. Quizá era pequeño o fue un viaje intrascendente, de esos que olvidamos nada más llegar. Sin embargo, mientras rebobinaba buscando el principio de la cinta, una imagen saltó, como si me estuviese esperando.
Es viernes por la noche y hace frío, lo sé porque veo un taburete con trencas apiladas. Calculo que estaremos en alguno de esos años antes de Google, cuando llegábamos a los sitios a fuerza de perdernos. Acabamos de aparcar y bebo cerveza con Fer y Alberto en un bar de Lavapiés. Ellos se burlan de mi coche y yo y les pido que dejen en paz al pobre Visa. Es posible que la aguja de la velocidad se haya parado y que tampoco marque la del depósito, pero esta tarde ha cumplido. Visto con los ojos de hoy, todo suena incómodo, pero, en mi recuerdo, tenemos veintipocos y lo único que exige esfuerzo es meter en día y medio los planes que traemos.
Hemos venido a visitar a Andrés, el primer amigo en desgajarse. Se ha mudado para estudiar un máster. En realidad, Andrés es uno de los primeros en irse a un lugar diferente, todo un movimiento sísmico en un grupo tan compacto como el nuestro, una de esas pandillas que crecen en una ciudad pequeña y van a la universidad a una ciudad aún más pequeña. En definitiva, uno de esos grupos en los que podríamos decir a cualquier hora del día qué estará haciendo el resto.
La memoria no es un diario ordenado en secciones, con sus noticias de portada y sus columnas de breves. Seguro que existe una lógica que explica las conexiones, pero nunca es evidente. Quizá por eso, y aunque hubiese ido a Madrid antes, esas visitas se han borrado y el inicio de esta cinta es este bar de taburetes destripados, un lugar al que Andrés nos ha traído porque de eso va este fin de semana, de que nos enseñe qué tiene para nosotros esta ciudad helada.
Sé que la historia sería más digna si apareciesen las galerías del Prado o las gradas del Calderón, pero la memoria toma sus decisiones y lo que ha querido grabar es una fotografía de cuatro amigos pringándonse los dedos con su primer kebap .
No sé qué ocurrió esa noche, o si ocurrió algo, pero sé que a ese viaje siguieron muchos y ahí sí aparecen fotos más claras, imágenes de escenas con los amigos de siempre y con amigos nuevos, algunos decisivos, otros olvidados, y pienso que, después de todo, quizá la memoria acierte y esté diciendo que no siempre lo que sucede antes es lo primero y que con aquel kebap de Lavapiés empezó algo que continúa.