
Elegimos una tapería en el medio del monte. Somos una familia pegatina y nunca habíamos estado tanto tiempo sin vernos, así que sabíamos que el ruido sería incontrolable. Llegamos sobreexcitados y la primera sensación fue extraña. Después de tanta vídeo-llamada en la cuarentena, no parecía que tuviésemos mucho que decirnos y, sin embargo, sentíamos que había que contarlo todo de nuevo. ¿Que si nos abrazamos al vernos? No me pararé demasiado en eso, solo les diré una cosa: no pondría a mi madre al frente de la desescalada.
Había tantas ganas de hablar que costó serenarse. El pobre de mi Lama no pudo decir su primera frase hasta pasado el café. Somos cinco hermanos y respetar los turnos nunca ha sido un pilar de nuestra educación. Entre croquetas y godellos, mi padre volvió a presumir de sus veinte kilómetros sin salir del garaje; mi hermana la hipocondriaca nos puso al día de mutaciones del virus que solo ella ha detectado, la soltera confesó que pese a salir a aplaudir cada día, ni un solo vecino con pelo le propuso saltarse el confinamiento. Por mi parte, les hice escuchar el ruido de mi rodilla, tras las sentadillas con Patrick Jordan suena a cancillo oxidado y, por supuesto, nadie se marchó sin alabar los vídeos de science de mi sobrina, su mezcla de acento californiano y de Moratalaz se ha convertido en el nuevo orgullo familiar.
Ni siquiera hizo falta llegar a la parte de la política para comprobar que el bicho poco nos había cambiado y, sin embargo, todos éramos conscientes de que aquel no era un reencuentro más, que las cosas habían ido bien y que en ningún lugar estaba escrito que fuera a ser así, ese mismo sábado miles de familias se sentaron a comer con sillas vacías. Soy escéptico con los cambios y, si odio alguna frase de las que ha traído la pandemia, es esa de ‘ha venido para quedarse’. No paro de escucharla, pronunciada con la solemnidad con la que sueltan sus profecías los expertos en bolas de cristal. No sé qué cambiará o qué se quedará igual, pero mientras eso se aclara, quizá lo único razonable sea pedir mesa para vernos de nuevo.

