La heladería

La heladería olía a limón,
un policía gordo hacía girar su taburete.
Música de Tetris, baldosas fregadas.
Llegaste jugando con tus llaves y soltaste lo que tenías que decir.
Los autobuses siguieron circulando, con apenas uno o dos pasajeros.
También aquella tarde hubo alguien que pidió cita a su dentista.
Era agosto y ningún niño entraba en el aula buscando a su mejor amigo.
El silencio luminoso del verano lo acallaba todo
y, sin embargo, pude escuchar
aquel crujido.

[A Coruña, 2 de febrero de 2020]

 

 

 

La heladería

Zippo

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Nos sentamos en tu portal,
con la palma hacías rodar el zippo.
Dijiste que habías entendido
porque cuando alguien se marcha
la gente dice que duele aquí,
con la mano te tocaste el estómago.
Aquel dolor duró días.
El cuerpo se recuperaba rápido,
listo para otro golpe.
No sabíamos que ese dolor primero,
inocente y extraño,
había abierto camino.

Zippo

Huesos de memoria

escaparate

Ahora venden televisores en el solar del Ciego.
A quién importa la historia de ese lugar,
Allí no se libró una batalla con caballos destripados,
ni un héroe pronunció un discurso
que levantó a la ciudad en armas.
No se habla del Ciego en las escuelas.
Solo fue otro trozo de tierra en venta.

Pero a aquel descampado llegó un muchacho,
temblando escribió una carta,
que rompió y enterró en pedazos.

¿Alguien recuerda su historia?

El muchacho volvió muchas tardes.
Escribió y enterró otras cartas,
que eran siempre la misma,
hasta que su miedo creció,
afilado como un cuchillo,
y se atrevió a librar su batalla.

Peces tropicales nadan en plasmas,
un escaparate de luz blanca y futuros perfectos.
No hay placas, estatuas ni flores,
pero los cimientos de edificios nuevos
guardan las ruinas de mis cartas rotas,
huesos y semilla de nuestra memoria.

Huesos de memoria

Adelante

sonnez

Bruselas,  marzo de 2012

Me dijiste: te voy a querer siempre.
Entendí que te estabas despidiendo.

El bar se vació de luz,
miradas flotando como corchos,
historias a punto de ser historias.
La música sonaba hacia atrás.

Aquella noche la pasamos juntos,
abrazados,
borrachos,
con miedo.
Ningún sueño cruzó el apartamento.

No encontré una frase definitiva,
que lo resumiese todo,
que pudiese recordar en momentos como este,
cuando vuelvo al 44.
El viejo interfono en silencio.
Entonces sonrío,
sonrío con tanta fuerza
que me sueltas.

Adelante

Un lugar para quedarme

Coruña

Llegué evitando un lugar
al que no quería volver,
escapando de una ciudad
con el hueco de mi pasado.

Aterricé en un apartamento con sofá de hotel.
Encontré casados a los amigos viejos.
Descubrí que dormían con la tele puesta,
que su risa sonaba a minutos,
que siempre tenían ganas de cenar.

Pero hay invitaciones que traen vidas nuevas
y, sin saberlo, acepté una.
Bebí como se bebe cuando se quiere agradar
y acerté, besando a aquel extraño.

Con la maleta vacía,
pienso en el muro de La Madame,
en los charcos de Oza,
en una mañana de sábado que huele a pescado,
en los domingos rojo vermú,
en aquel amigo que llegó y se marchó el primero,
y que se ha quedado siempre que lo pienso.

Desde el primer día
guardé el billete de vuelta.
Por eso he vivido en la orilla,
a un paso del tren de las ocho.
Entonces llegaste tú
y contigo un parque,
un banco, un camino,
un lugar para quedarme.

Un lugar para quedarme

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2016

A Coruña, 31 de diciembre de 2016

Desde el tejado de diciembre
despido el año en el que firmé las paces conmigo.
Se van viajes que me han traído más cerca de lo que estaba.
Llego a este último piso
disparando historias que estallan en cristales,
que cuentan la única historia posible
la que da miedo escribir.
Ahora lo sé: la memoria son palabras.
Este año es un mar que desemboca en un río,
la copa de un árbol, el reloj roto, la luna azul.
Ahora tengo tiempo para no empezar nada,
para quedarme en blanco y explorar los cielos de mi casa
para besar fuerte los lunes y los martes
tiempo para recuperar al amigo que olvidé
y plantar juntos un árbol de recuerdos
para quedarme
y doblar la esquina de los días que estreno contigo.
Justo antes de abrir la puerta me giro.
Hace tanto tiempo que aún estamos todos.
Sonrío, antes de seguir.

Frágil

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©Arkadi Zaides

Apenas le conoces, pero lo piensas.
Su vida es frágil como cualquier vida,
pero le escuchas y crees que podría ser él.
Sabes que el azar descargará una tormenta de clavos para probar tu error,
sin embargo, él sigue hablando, inocente y ajeno a tus pensamientos,
y te convences.

Todavía es joven, pero tiene las ideas.
Nadie sabe cómo llegó a ellas, quizá ellas le encontraron.
Necesitará fuerza y fe. No es un dios.
Como a nosotros, el miedo le helará las venas,
las dudas le vaciarán la vista
y la tristeza susurrará en su oído

No lo conseguirá solo. Cada uno le acompañaremos un invierno,
y cuando no resistamos más y volvamos a casa con nuestra historia,
otro ocupará la posición. Nunca deberá estar solo.
Alguien tendrá que protegerle, vigilar la puerta mientras descansa
y ayudarle a superar la noche.

Algún día exploraremos,
libraremos batallas y las ganaremos.
Algún día llegaremos
porque tendremos el mapa.
De ti dependerá que no se detenga,
que duerma y se levante,
que tenga tiempo y esperanza.
porque sin él, no habrá mapa.

Frágil

Tus tres viajes

conducir-con-lluvia

Me gustan los viajes que se vuelven largos, cuando alguien quiere parar en una estación de servicio y, al salir te estiras como si quisieses crecer, y miras alrededor mientras ellos se sientan a fumar en el bordillo y él regresa cargado de Pringles; viajes de conversaciones desordenadas, en los que la cabeza de alguien se asoma entre los dos asientos delanteros y se empeña en que veas un vídeo en el móvil, y te parece imposible que te hayas saltado el desvío de nuevo. Entonces se hace de noche y rompe a llover, y el cristal se empaña al intentar poner la calefacción y me preguntas si habrá algo abierto cuando lleguemos. De pronto un silencio dura más de lo previsto, vuelves a mirar por el retrovisor. Nadie está despierto, estás solo, notas ese calor que huele a moqueta y una botella de plástico rueda por la alfombra y piensas lo hermoso que es su cuello cuando duerme. Y un verano después viajamos al final de la tarde, con las ventanillas abiertas y él cabeceando, con las manos sujetando un libro sin fuerza, y sus gafas que resbalan, tiemblan, pero no caen y el olor a crema, la arena y el maletero con los bañadores que nunca se secan y la carretera pegada a la costa, interminable, lenta. La autopista de vuelta a casa, con el sol de domingo, que es el sol del oeste obligándote a entornar los ojos, regresando en silencio, en ese silencio completo de las parejas en los coches. Y aquel viaje que empezó fuera acabará dentro, con conversaciones que crecen como una yedra de asfalto, y mientras el coche avanza, estalla el ruido atronador de un secreto, el golpe seco de una confidencia, un volantazo inesperado, definitivo. Él enmudece y  le gustaría girarse y mirarme, pero se fuerza a clavar la vista en la carretera, que de pronto se llena de un silencio que no es el silencio de las parejas, sino el de la niebla. Sin embargo, no se detiene, seguimos adelante, sin hablar, porque los dos sabemos que es tarde para acabar cualquier conversación, y que ese viaje no nos llevará ya a ninguna parte.

 

 

Tus tres viajes

Algún tiempo más

Nacho y Dani

Me gusta cuando me abrazas
por completo, desde dentro.
Tu sonrisa limpia, sana,
como mañana de invierno.
Y ese cuerpo tan delgado
sin espinas y sin miedos,
con calor para abrasar
las horas negras y el hierro.
Los ojos con los que miras,
con la nobleza de un ciervo,
abren al mundo sus puertas
y le robamos su aliento.
Quiero quedarme contigo,
Quedémonos algún tiempo.
Convirtamos estos días
en flores para el invierno.

[A Coruña, abril 2016

Algún tiempo más