El muro

wall

Entonces creía que lo que buscaba existía. Pensaba que algún libro antiguo o algún amigo sabio o algún país pequeño me ayudaría. Con la arrogancia del ignorante intuí que sería cuestión de estrategia. Diseñé planes. Imaginé conversaciones. Construí frases. Pasó un invierno entero y me di cuenta del fracaso. Decidí, entonces, que primero debía aprender y observar sin descanso. Aprendí sus canciones, visité sus parques, memoricé sus adjetivos. Con cada hallazgo completaba un mapa y, aunque una mirada bastaba para destruirme, cada día empezaba de nuevo, sin importar las manchas que el anterior había dejado. Resistía porque era cuestión de voluntad. Una mañana comprobé que el muro había crecido. Sin dormir, releí libros viejos, consulté amigos sabios y busqué en países aún más pequeños. Supe que la estrategia y la voluntad no habían funcionado. La fiebre me incendiaba y en una llama creí ver la solución. Desesperado regresé, y concentré todas mis fuerzas, mis palabras, mi deseo en un abrazo. Duró un segundo sólo: el mapa ardió, las canciones callaron y mi abrazo, gigante como un sol, se consumió. Tiempo más tarde comprendí mi error. Aquel muro nunca creció: era yo quien lo había levantado.

El muro

La playa

Port

Todos se habían ido con su bañador con sal y su baraja de arena. Todos se marcharon, pero nosotros decidimos quedarnos. El verano se oscureció aquella noche. Entramos en un bar con un periódico viejo, una barra amarilla y una araña en la pared. Quizá era domingo. Sentado en una mesa rompía servilletas, hasta transformarlas en arroz de papel. Afuera el puerto y todas las cosas que seguirían igual cuando aquello acabase. El barco temblando, las farolas verdes, las redes rotas, los coches sucios. Sonó una palabra como un tiro y despertó un silencio más grande que un bosque. Años después entendí que las cosas dolían porque estaban recolocándose, como los huesos al volver a su sitio, como los tendones cuando se tensan y los músculos se ensanchan y el cuerpo hace hueco gimiendo a una idea nueva. Esa palabra hizo girar mis días.  No era el suelo lo que se agrietaba, sólo una puerta a punto de ceder. No estaba perdido, sólo eran caminos que empezaban. Todo lo supe mucho después. Ahora sé reconocer el sonido del miedo antes de irse, como un cristal que estalla bajo el agua. Y aunque esa noche fue larga, el día regresó y el bañador y la sal y las cartas, pero no yo. Yo nunca volví a aquella playa.

La playa