Adelante

sonnez

Bruselas,  marzo de 2012

Me dijiste: te voy a querer siempre.
Entendí que te estabas despidiendo.

El bar se vació de luz,
miradas flotando como corchos,
historias a punto de ser historias.
La música sonaba hacia atrás.

Aquella noche la pasamos juntos,
abrazados,
borrachos,
con miedo.
Ningún sueño cruzó el apartamento.

No encontré una frase definitiva,
que lo resumiese todo,
que pudiese recordar en momentos como este,
cuando vuelvo al 44.
El viejo interfono en silencio.
Entonces sonrío,
sonrío con tanta fuerza
que me sueltas.

Adelante

Frágil

ARCHIVE -

©Arkadi Zaides

Apenas le conoces, pero lo piensas.
Su vida es frágil como cualquier vida,
pero le escuchas y crees que podría ser él.
Sabes que el azar descargará una tormenta de clavos para probar tu error,
sin embargo, él sigue hablando, inocente y ajeno a tus pensamientos,
y te convences.

Todavía es joven, pero tiene las ideas.
Nadie sabe cómo llegó a ellas, quizá ellas le encontraron.
Necesitará fuerza y fe. No es un dios.
Como a nosotros, el miedo le helará las venas,
las dudas le vaciarán la vista
y la tristeza susurrará en su oído

No lo conseguirá solo. Cada uno le acompañaremos un invierno,
y cuando no resistamos más y volvamos a casa con nuestra historia,
otro ocupará la posición. Nunca deberá estar solo.
Alguien tendrá que protegerle, vigilar la puerta mientras descansa
y ayudarle a superar la noche.

Algún día exploraremos,
libraremos batallas y las ganaremos.
Algún día llegaremos
porque tendremos el mapa.
De ti dependerá que no se detenga,
que duerma y se levante,
que tenga tiempo y esperanza.
porque sin él, no habrá mapa.

Frágil

Tus tres viajes

conducir-con-lluvia

Me gustan los viajes que se vuelven largos, cuando alguien quiere parar en una estación de servicio y, al salir te estiras como si quisieses crecer, y miras alrededor mientras ellos se sientan a fumar en el bordillo y él regresa cargado de Pringles; viajes de conversaciones desordenadas, en los que la cabeza de alguien se asoma entre los dos asientos delanteros y se empeña en que veas un vídeo en el móvil, y te parece imposible que te hayas saltado el desvío de nuevo. Entonces se hace de noche y rompe a llover, y el cristal se empaña al intentar poner la calefacción y me preguntas si habrá algo abierto cuando lleguemos. De pronto un silencio dura más de lo previsto, vuelves a mirar por el retrovisor. Nadie está despierto, estás solo, notas ese calor que huele a moqueta y una botella de plástico rueda por la alfombra y piensas lo hermoso que es su cuello cuando duerme. Y un verano después viajamos al final de la tarde, con las ventanillas abiertas y él cabeceando, con las manos sujetando un libro sin fuerza, y sus gafas que resbalan, tiemblan, pero no caen y el olor a crema, la arena y el maletero con los bañadores que nunca se secan y la carretera pegada a la costa, interminable, lenta. La autopista de vuelta a casa, con el sol de domingo, que es el sol del oeste obligándote a entornar los ojos, regresando en silencio, en ese silencio completo de las parejas en los coches. Y aquel viaje que empezó fuera acabará dentro, con conversaciones que crecen como una yedra de asfalto, y mientras el coche avanza, estalla el ruido atronador de un secreto, el golpe seco de una confidencia, un volantazo inesperado, definitivo. Él enmudece y  le gustaría girarse y mirarme, pero se fuerza a clavar la vista en la carretera, que de pronto se llena de un silencio que no es el silencio de las parejas, sino el de la niebla. Sin embargo, no se detiene, seguimos adelante, sin hablar, porque los dos sabemos que es tarde para acabar cualquier conversación, y que ese viaje no nos llevará ya a ninguna parte.

 

 

Tus tres viajes

Algún tiempo más

Nacho y Dani

Me gusta cuando me abrazas
por completo, desde dentro.
Tu sonrisa limpia, sana,
como mañana de invierno.
Y ese cuerpo tan delgado
sin espinas y sin miedos,
con calor para abrasar
las horas negras y el hierro.
Los ojos con los que miras,
con la nobleza de un ciervo,
abren al mundo sus puertas
y le robamos su aliento.
Quiero quedarme contigo,
Quedémonos algún tiempo.
Convirtamos estos días
en flores para el invierno.

[A Coruña, abril 2016

Algún tiempo más

El muro

wall

Entonces creía que lo que buscaba existía. Pensaba que algún libro antiguo o algún amigo sabio o algún país pequeño me ayudaría. Con la arrogancia del ignorante intuí que sería cuestión de estrategia. Diseñé planes. Imaginé conversaciones. Construí frases. Pasó un invierno entero y me di cuenta del fracaso. Decidí, entonces, que primero debía aprender y observar sin descanso. Aprendí sus canciones, visité sus parques, memoricé sus adjetivos. Con cada hallazgo completaba un mapa y, aunque una mirada bastaba para destruirme, cada día empezaba de nuevo, sin importar las manchas que el anterior había dejado. Resistía porque era cuestión de voluntad. Una mañana comprobé que el muro había crecido. Sin dormir, releí libros viejos, consulté amigos sabios y busqué en países aún más pequeños. Supe que la estrategia y la voluntad no habían funcionado. La fiebre me incendiaba y en una llama creí ver la solución. Desesperado regresé, y concentré todas mis fuerzas, mis palabras, mi deseo en un abrazo. Duró un segundo sólo: el mapa ardió, las canciones callaron y mi abrazo, gigante como un sol, se consumió. Tiempo más tarde comprendí mi error. Aquel muro nunca creció: era yo quien lo había levantado.

El muro

La playa

Port

Todos se habían ido con su bañador con sal y su baraja de arena. Todos se marcharon, pero nosotros decidimos quedarnos. El verano se oscureció aquella noche. Entramos en un bar con un periódico viejo, una barra amarilla y una araña en la pared. Quizá era domingo. Sentado en una mesa rompía servilletas, hasta transformarlas en arroz de papel. Afuera el puerto y todas las cosas que seguirían igual cuando aquello acabase. El barco temblando, las farolas verdes, las redes rotas, los coches sucios. Sonó una palabra como un tiro y despertó un silencio más grande que un bosque. Años después entendí que las cosas dolían porque estaban recolocándose, como los huesos al volver a su sitio, como los tendones cuando se tensan y los músculos se ensanchan y el cuerpo hace hueco gimiendo a una idea nueva. Esa palabra hizo girar mis días.  No era el suelo lo que se agrietaba, sólo una puerta a punto de ceder. No estaba perdido, sólo eran caminos que empezaban. Todo lo supe mucho después. Ahora sé reconocer el sonido del miedo antes de irse, como un cristal que estalla bajo el agua. Y aunque esa noche fue larga, el día regresó y el bañador y la sal y las cartas, pero no yo. Yo nunca volví a aquella playa.

La playa